miércoles, 15 de noviembre de 2017

Leer a Tolstoi frente al mar



Mirador de Toxoso, Lugo, 15 de noviembre de 2017 

Larga tarde de lectura frente al mar. El sol, amable, delicadamente agradable, acompaña el viaje de Dmitri Ivánovich Nejliúdov y Ekaterina Máslova a través de Siberia camino esta última de cumplir la sentencia de cuatro años de trabajos forzados en la taiga siberiana. Terminar una mediana caminata por la costa en torno a O Vicedo y sentarse sobre un alto a leer a uno de los grandes maestros de la literatura rusa inevitablemente es contactar con otros intensos momentos que has vivido a lo largo de la vida. Ese tiempo que hemos pasado con un libro en las manos absorbidos por una Ana Karenina, los hermanos Karamazov, Raskolnikov, doctor Zhivago, los personajes de Turgueniev, Pushkin, Shólojov y tantos otros, pertenecen tan a las entrañas de nuestro ser que, cuando después de muchos años encontramos de nuevo un tiempo largo para la lectura junto a una novela que vuelve a recrear los caminos de Rusia, las decenas de personajes de la todas las clases sociales, las posadas, la nieve, sus príncipes y mendigos, los celos y todo el aluvión de las pasiones y el amor, pareciera que retornáramos a un mundo que quizás diéramos ya por perdido décadas atrás. Recuperar en mi caso recientemente con Dostoievski, Isaak Babel, y ahora mismo con Tokstoi, con Resurrección, ese clima de los mejores momentos de mi yo lector, me produce un gran placer, que se inscribe además dentro de una época en donde tan ocupados estamos con tantas cosas, que pensar en sumergirse en largas lecturas como pueden ser Guerra y paz o En busca del tiempo perdido, puede parecer cosa imposible, algo que sólo los tiempos en que no existían las series, Internet y las redes sociales o simplemente la televisión, era posible. Nuestro tiempo, ese clima en que el teléfono está de continuo chiflando con sus guasaps, sus SMS, su Facebook a todas horas, no parece tiempo para sumergirse realmente en esa lectura a la que nos entregábamos en cuerpo y alma durante las largas tardes de invierno. 

¿Estamos sobrados de estímulos? Yo creo que sí. El peligro del teléfono, siempre en nuestro bolsillo dispuesto a sacarnos de nosotros mismos con cualquier nadería, quizás sea el más pernicioso de los enemigos de esa lectura dilatada durante horas y horas que yo recuerdo de mi niñez, la adolescencia y las tardes y noches de muchos inviernos, cuando el aislamiento y el confort de una habitación tanto invitaban a encerrarse en la apacible continuidad de una larga historia de amor o en las peripecias de una trama que transcurría en las frías tierras de Rusia. 

Así era esta tarde de hoy, sólo que frente a mí, en lugar del fuego de la chimenea que tantas horas de lectura han acogido, se extendía la dilatada superficie del mar, azul, llena su extensión con el rizo de pequeñas olas asomando aquí y allá su hociquillo de blanco encaje. 

Estábamos despidiéndonos un día frente a la puerta de nuestra casa de unos amigos después de una larga velada de conversación que había derivado a última hora hacia el esfuerzo, el arte, la aportación que grandes hombres han hecho a la humanidad con sus inventos, la escritura de unos libros o la composición de grandes obras de música, y a mí, en un arranque de agradecimiento, nuestro tema esencialmente había sido la literatura, me salió manifestar el enorme agradecimiento que sentía por toda esa gente que a lo largo de la historia de nuestra civilización dedicó su vida a escribir las grandes obras de la literatura universal. Recuerdo que en aquella ocasión, uno de nuestros amigos con el polemizábamos con frecuencia, afectado acaso por un arranque de autosuficiencia o por la idea de que la teoría de la generación espontánea era aplicable a la literatura o a cualquier obra realizada por el hombre, dijo enfáticamente que él no tenía por qué agradecer nada a pasadas generaciones. Es un hecho anecdótico que probablemente no ilustra nada porque hay cosas que se dicen tan desde la inconsciencia que no merece la pena considerarlas. Es el hecho de que yo lo recuerde lo que me parece significativo. Significativo porque subraya precisamente esa sensación que tengo tantas veces de estar tan agradecido al esfuerzo y al trabajo de tantos hombres o mujeres que me precedieron y que con su trabajo han hecho que mi vida se enriqueciera. Y pienso especialmente esta tarde en los escritores que durante toda mi existencia, niñez, adolescencia, juventud y madurez, han nutrido con su arte cada célula de mi cuerpo; han alimentado mis sentidos, afilado mi comprensión del mundo, gratificado mis ansias de aventura y saber, mi necesidad de desarrollar mis capacidades o de dar sosiego al alma en los versos de alguno de nuestros poetas 

Junto a nuestra choza esta mañana levantaban la cabeza unas vistosas flores que saludaban a la mañana envueltas en la primera luz del sol. No me había quitado las legañas todavía pero fui a por la cámara a decirles yo también lo buenos días a través del visor de mi reflex. Después partimos. Entre Ribadeo y El Ferrol, los de medio y ambiente han diseñado un sendero que recorre toda la costa, lo llaman Camino Natural de la Ruta del Cantábrico (dejó aquí la referencia del track por si alguno se siente inclinado a caminar por la costa un puñado de días. En esta página están todas las etapas). Nuestra caminata de hoy apuntaba a esta ruta en la etapa seis. Un recorrido entre eucaliptos y laureles que a veces bajaba a saludar a alguna de las playas, que pasaba junto a la isla de Mariña y llegaba a la localidad de O Vicedo, frente al cabo de Estaca de Bares. 
















Aunque lo parezca no es el Cañón del Colorado






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